Chema Madoz (1958) y el surrealismo, el mundo donde todo parece fuera de sitio, pero a la vez consigue encajar, jugando con el significado supuesto y el significante dado. Si existe un referente visual para las imágenes de uno de los fotógrafos españoles de referencia, éste estaría ubicado en el movimiento vanguardista surgido en París en la década de los 20 del siglo pasado.
El surrealismo, heredero del dadaísmo, continuó su línea de subversión, aunque encauzada en unos parámetros estéticos más artísticos, pero también tremendamente provocadores. Agitadores de mentes, intentaron sacudir la moral conservadora tras el desastre de la Gran Guerra, dejando su huella en el mundo del arte para siempre.
A pesar de tratarse de un movimiento fundamentalmente literario en sus inicios, teniendo al escritor André Breton como alma iniciática, el surrealismo pronto caló en otras áreas artísticas, como la pintura y el cine. E, inevitablemente, la fotografía también se vio impregnada por esos nuevos aires, incluso comenzando por reconocer un trabajo previo al mismo movimiento, como el de Eugène Atget, una obra donde muchos adalides de él, reconocieron los principios básicos del surrealismo.
Y, en verdad, la fotografía, con la capacidad que tiene de alterar y subvertir los significados de todo lo que aparece dentro de ella, con su forma de descontextualizar elementos, personas y formas, es perfecta para trastocar la realidad, para crear un nuevo mundo más allá de lo material, sin ataduras, sin limitaciones, tal y como pretendía el surrealismo.
Uno de los fotógrafos que abrazó el surrealismo fue el húngaro André Kertész (1894-1985), que llegando a París en 1925, inevitablemente experimentó con la cámara fotográfica, como tantos artistas de las vanguardias europeas, intentando probar nuevas formas de contemplar el mundo. Así, son famosas sus distorsiones de cuerpos desnudos, creadas con espejos cóncavos y convexos.
Pero, donde nos vamos a detener, para enlazarlo con el posterior trabajo de Chema Madoz, es en otro tipo de imágenes de Kertész, donde el fotógrafo húngaro buscó la sencillez de elementos, pero la riqueza visual y evocadora.
Precisamente, una de las características de Madoz. Y, aunque el artista madrileño ha desarrollado un mundo propio, en gran parte desde la creación de nuevos elementos partiendo de la realidad existente, sí es cierto que podríamos establecer un lazo con varias obras de Kertész, empezando por la famosa fotografía del tenedor sobre el plato, que en el trabajo de Madoz, se convierte en una sombra, proyectada desde una cuchara. Kertész no inventa ningún objeto nuevo, como Madoz, si no que aprovecha la realidad para jugar con ella, y transformarla exprimiendo las posibilidades de la fotografía.
Kertész fue más un fotógrafo total, experimental, pero con miras muy amplias, hacia afuera, mientras que Chema Madoz ha ido cincelando su carrera hacia dentro, enriqueciendo su discurso, de una forma casi literaria y poética, y con una estética inconfundible.